Wikileaks: razón de Estado versus estado de derecho

by El Jeremias at/on 11:24 a.m.
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Pierre Charasse (Ex embajador de Francia)
tomado del periódico La Jornada

Fragmentos de los cables difundidos mostraban la preocupación de Estados Unidos por asuntos relacionados con PaquistánFoto Ap
La publicación de los documentos de Wikileaks suscita muchas preguntas y abre sin dudas un nuevo capítulo sobre el manejo de las relaciones entre los estados, el papel de la prensa con Internet y de la sociedad civil mundial. Haré tres comentarios.

1) La visión estadunidense del mundo

Los análisis de los diplomáticos estadunidenses y las instrucciones que reciben de Washington revelan la incapacidad sistémica del aparato estatal de esa nación, Departamento de Estado, Pentágono, CIA, etcétera, más allá de quien está en el gobierno, ya sea demócratas o republicanos, de tener una comprensión profunda del mundo en toda su complejidad y diversidad. Uno podría pensar que para defender sus intereses de potencia y su influencia sobre ciertas partes del mundo, el gobierno de Estados Unidos exija de sus diplomáticos análisis sofisticados y un conocimiento de los responsables políticos que no sea de caricatura. También podría entender que los países tienen exigencias legítimas y respetables de seguridad, de desarrollo, de protección de lo que es vital para ellos. Sorprendentemente nada de eso pasa: lo que sale a primera vista de esta masa de documentos es que la enorme maquinaria estadunidense favorece una percepción distorsionada de la realidad, hasta su negación y un profundo desprecio para todo lo que no es de esa nación, incluyendo a sus aliados y a las Naciones Unidas. Ven el mundo a través de un prisma maniqueísta: “están con nosotros o en contra de nosotros”.

2) El papel de los diplomáticos

Como diplomático aprendí, a lo largo de mi carrera, a observar y entender los países en los cuales trabajé, para transmitir a mi gobierno análisis rigurosos y honestos de situaciones a veces complejas o desconcertantes, aun si mis reportes podían provocar disgustos en París. Esta obligación de rigor y objetividad caracteriza el trabajo de la inmensa mayoría de los embajadores de todo el mundo. El oficio de diplomático es muy noble y obliga al funcionario a hacer un esfuerzo sobre sí mismo, a rebasar sus prejuicios e ideas preconcebidas, y con frecuencia a dudar de sus certidumbres o convicciones. Los embajadores y sus colaboradores se honran en describir con mucha precisión y con la libertad que da la confidencialidad el contexto en el cual desarrollan su papel de “pasarela” entre dos países, y en recomendar a sus gobiernos la mejor forma de defender los intereses de sus naciones, de evitar crisis o superar conflictos. Un punto fundamental es que los diplomáticos no son espías. Buscan establecer relaciones de confianza con sus interlocutores. Por esto es sorprendente ver cómo el Departamento de Estado rebaja el nivel de sus diplomáticos al de “pepenadores”, para cumplir tareas verdaderamente indignas. Es fundamental en un Estado moderno que los servicios de inteligencia, que tienen su razón de ser, sean claramente separados de la red diplomática. A cada quien su oficio.

3) La prensa y la “razón de Estado”

La confidencialidad, la inviolabilidad de la correspondencia diplomática y la inmunidad de los embajadores son las reglas básicas de las relaciones entre los estados, tal como lo establecen las convenciones de Viena sobre las relaciones diplomáticas y consulares. Estos principios son inmutables. Pero una vez que se produjeron las filtraciones de documentos y que estos pasan a la esfera pública, es totalmente legítimo interrogarse sobre los contenidos. Y eso plantea el papel de los medios de comunicación, ahora de Internet, y la cuestión de la autocensura. En el caso de Wikileaks, estamos frente a una situación inédita por el número de países y de actores involucrados. Se entiende que cuando la seguridad física de personas está en juego, el periodista tiene una enorme responsabilidad de publicar o no el material que está en sus manos. Pero el debate es diferente cuando se trata de proteger los “intereses superiores” de algunos gobiernos o disimular sus actos vergonzosos, ilegales o inmorales. La prensa, como formadora de opinión, tiene la responsabilidad de juzgar los actos de los gobiernos y de participar en la expresión de la indignación colectiva cuando revela actos realmente inaceptables. ¿Acaso puede justificar el uso de la tortura, o ser cómplice de ella por su silencio (como lo son los gobiernos que permitieron los vuelos secretos de la CIA), cuando al mismo tiempo predica los derechos humanos? ¿Acaso puede proclamar la universalidad de los valores occidentales cuando protege a gobiernos dictatoriales o autoritarios, en los cuales el estado de derecho no existe? ¿Acaso los países amigos y aliados de Estados Unidos y su prensa deben de justificar o perdonarles todo en nombre de su pertenencia al mismo bloque?

La prensa libre tiene una obligación moral: de no ser cómplice del fin del estado de derecho en nombre de la razón de Estado. Desde Maquiavelo y los pensadores italianos del siglo XVI, sabemos que la raggione di stato como instrumento del poder se opone al estado de derecho. En casos muy puntuales y excepcionales la razón de Estado, o abuso de poder, puede justificarse políticamente pero de ninguna manera puede constituir el fundamento de la acción internacional de los gobiernos en sociedades democráticas.

Con la creación de la ONU y del sistema multilateral en 1945 hubo la esperanza de construir un mundo mejor, más respetuoso de los pueblos y de sus derechos. Lo que nos revela Wikileaks es que muchas de las conquistas de 1945 fueron barridas y que el mundo está entrando en una era de regresión fenomenal, en la cual la ley del más fuerte prevalece. Si las opiniones públicas de todo el mundo no tienen la capacidad de indignarse y aceptan como inevitables las conductas vergonzosas de sus gobiernos, es una señal muy preocupante que no augura nada bueno para las próximas décadas.


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